Deja un comentario

El amigo del mudo: crónica de una tarde de entrevista

Por: Diego Ferrer

Las tardes en el Centro de Lima siempre son agitadas, sin embargo, existen algunos lugares que están exentos de la bulla, el ajetreo y la multicolor muchedumbre que transita por la Catedral, la Plaza Mayor y el Jirón de La Unión. Uno de éstos privilegiados lugares es la Casa de La Literatura.

Jorge Coaguila, periodista y biógrafo oficial de Julio Ramón Ribeyro.

La CASLIT es el refugio perfecto para aquellos peregrinos que desean saber un poco más de nuestros escritores, de la fecunda producción literaria que algunos han ido cosechando. Algunos por ocio, otros por responsabilidad, el legado de nuestros literatos es invaluable.

Los encuentros entre intelectuales son comunes en la CASLIT. Habíamos pactado una entrevista con Jorge Coaguila en la antigua ‘Estación de Desamparados’. Uno de mis compañeros le iba a hacer una entrevista sobre su opinión en base a la cultura y la difusión de la literatura. Coaguila llegó sonriente a la parte posterior, donde lo esperábamos mientras leíamos los libros que estaban ordenados en los estantes, como ataúdes multicolores de conocimientos, ocurrencias e historias.

El que es considerado el biógrafo oficial del gran Julio Ramón Ribeyro, llegó sonriendo con dos libros y dos revistas bajo el brazo. “Para ustedes” dijo parsimoniosamente y los dejó sobre la mesa. En cuestión de minutos, las publicaciones desaparecieron sin dejar rastro. Naturalmente, me hice con un ejemplar de ‘Ribeyro: la palabra inmortal’.  Coaguila no dejó escapar el detalle y esbozó una sonrisa de medio lado, como quien no quiere la cosa. Se sentó y dejó su iPhone en la mesa. A unos cuantos metros, los rieles del tren y un puente – balcón adornaban el paisaje, seguido de una especie de anfiteatro de madera. Durante casi veinte minutos, Coaguila respondió a todas las preguntas de la entrevista que mi compañero le hizo. Gesticulaba bastante y no paraba de pasear su mirada por nuestros rostros. La entrevista ante cámaras finalizó, y entonces comenzó lo interesante.

–          ¿En qué ciclo de la universidad van?

–          En décimo –contestamos en coro-, este año terminamos

–          Ahhh

Coaguila nos miraba con curiosidad. En nuestras caras, podía advertir nuestro cansancio. Habíamos estado  grabando un reportaje durante todo el día. Él era uno de nuestros entrevistados para el informe. A modo de revelación, Coaguila ofreció alcanzarnos algunos números, como para ampliar nuestra agenda de contactos. “Por qué no llaman a César (Hildebrandt)? Cogió su teléfono y en seguida, todos sacamos nuestros celulares, ávidos de apuntar el número del ‘Chato’. Nos dictó un número e hicimos la llamada.

Nadie nos contestó.

El comunicador miró su reloj y estaba por pararse de su sitio. Alguien sugirió que le  pidamos una dedicatoria para nuestros libros. Los que habíamos cogido los textos, apresuramos a sacarlos. Coaguila cogió un lapicero y los firmó. Mi ejemplar tiene las siguientes líneas en la segunda página: “A Diego Ferrer, con el cariño por la nueva amistad, después de una entrevista para la Universidad de San Martín. Con un abrazo sincero de Jorge Coaguila. 20 de abril del 2012”.

Antes de irse, acordamos en reunirnos pronto para conversar y tomar algo. Jorge Coaguila nos demostró aquel día que las personas humildes y sencillas pueden llegar lejos. No en vano fue uno de los grandes amigos del gran cuentista Julio Ramón Ribeyro, a quien Coaguila ha dedicado más de cuatro libros. Puedo aventurarme a decir que Jorge, al vernos tan jóvenes, sintió un poco de nostalgia. Conoció a Ribeyro cuando era estudiante de San Marcos y poco a poco, se ganó la amistad del autor de ‘La palabra del mudo’, quien le concedió seis entrevistas, un verdadero tesoro proveniente de alguien que no las concedía o lo hacía por favores personales como símbolo de amistad.

Coaguila regresó a su trabajo. Se había ‘escapado’ para ayudarnos con nuestra entrevista. Unas horas después, nosotros también nos fuimos de la CASLIT. En el trayecto, el celular sonó: era César Hildebrandt.

Pero esa es otra historia.

Deja un comentario